La Cabaña de Hiedra Negra
En el pueblo de Valdoren, escondido entre colinas cubiertas de niebla, existía una tradición ancestral: cada año, cuando el equinoccio de otoño llegaba, se colocaban ramas de saúco en las puertas y se dejaban velas encendidas en los cruces de caminos. Nadie decía por qué, pero todos obedecían.
A las afueras, más allá del arroyo de cristal y entre los árboles retorcidos, se alzaba una vieja cabaña cubierta de hiedra negra. Los más viejos del lugar advertían:
“Si alguna vez ves humo saliendo de esa chimenea… no mires atrás.”
La historia hablaba de Iskra, una bruja que había vivido siglos atrás. Decían que su corazón era tan negro como su magia y que pactó con criaturas de la tierra y las sombras. La quemaron en la plaza mayor una mañana invernal, pero antes de morir, juró regresar.
“Una noche me buscarán… y con la bruma vendré.”
El tiempo pasó, y la leyenda se volvió susurro.
Pero un muchacho llamado Erik, escéptico y valiente, decidió descubrir la verdad. No creía en cuentos ni en maldiciones. Sus amigos se reían nerviosos de su valentía, pero ninguno lo acompañó cuando anunció que iría a la cabaña en la noche del equinoccio.
La niebla cubría todo. El bosque parecía un lugar distinto bajo la luz mortecina. Erik avanzó hasta encontrar la cabaña. No había humo. Solo silencio.
Entró.
La madera crujió bajo sus pies. Las paredes estaban cubiertas de extraños símbolos tallados, y en el centro, una mesa con una vela derretida y un cuenco de obsidiana. Erik sintió un escalofrío, pero no retrocedió.
En una esquina, descubrió un libro antiguo. Sus páginas estaban escritas en una lengua desconocida. Pero al pronunciar una de las frases, sin entender, el aire se volvió espeso.
La vela se encendió sola.
Un susurro cruzó la estancia.
“Me llamaste…”
Del rincón más oscuro emergió una figura: una mujer de piel pálida como hueso, ojos sin pupilas, y cabello largo y enmarañado como raíces secas. La hiedra negra se movía por las paredes como serpientes.
Erik intentó correr, pero la puerta se cerró sola.
—¿Por qué… profanas… mi sueño? —la voz de la bruja era como viento quebrado.
El muchacho, paralizado, apenas pudo balbucear que solo quería saber si era verdad.
Iskra sonrió.
—Pues ahora… lo sabes.
El cuenco de obsidiana se llenó de sangre negra que brotó de las grietas de la tierra. La hiedra envolvió a Erik, y antes de perder la conciencia, escuchó las palabras malditas:
“Aquel que llama… ocupa mi lugar.”
Cuando los aldeanos salieron al amanecer, encontraron la cabaña intacta, sin rastro de humo… pero en el centro del pueblo, en la plaza donde una vez se quemó a la bruja, crecía una hiedra negra donde antes solo había piedra.
Desde entonces, cada equinoccio, Valdoren sigue dejando ramas de saúco y velas encendidas. Y nadie se atreve a pronunciar el nombre de Iskra.
Porque ahora… otra mirada vigila desde la cabaña.
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