sábado, 17 de mayo de 2025

El Guardián de las Hojas

El Guardián de las Hojas

Había un bosque al norte del valle de Riven, tan antiguo que los árboles parecían tocar el cielo. Los aldeanos lo llamaban Bosque Sombraverde, y decían que estaba vivo en más de un sentido. Los niños no se acercaban a él, salvo Ewan, un muchachito de diez años con ojos del color de la miel y una curiosidad inagotable.

Ewan había crecido oyendo historias de criaturas antiguas, espíritus que protegían el equilibrio de la tierra, pero nunca había visto nada. Hasta una tarde de otoño.

El viento arrastraba hojas doradas y escarlatas cuando Ewan, siguiendo a un zorro herido, se adentró más de lo permitido en el bosque. El animal desapareció entre los helechos, y al intentar hallarlo, Ewan tropezó con una raíz y rodó cuesta abajo hasta una pequeña hondonada iluminada por la luz filtrada entre las ramas.

Allí, sentado sobre una piedra cubierta de musgo, había un ser extraño.

Parecía un niño, pero su piel era como madera clara y sus ojos resplandecían como dos piedras verdes. Su cabello estaba hecho de ramitas y hojas secas, y al moverse, emitía un sonido como el roce de las ramas al viento.

—No deberías estar aquí —dijo la criatura con voz suave.

Ewan, lejos de asustarse, se incorporó y preguntó:

—¿Quién eres?

El ser sonrió.

—Soy Sylas, el Guardián de las Hojas. Desde antes de que tu gente construyera casas y caminos, he cuidado este bosque.

Aquel fue el inicio de una amistad improbable. Durante semanas, Ewan visitó a Sylas en secreto. Jugaban entre los árboles, hablaban de las viejas estaciones, y Sylas le enseñaba a escuchar el susurro de los sauces y a leer los signos en las hojas caídas.

Sylas le advirtió:

—El bosque está cansado. Los hombres talan árboles y olvidan los antiguos pactos. Si el corazón de Sombraverde se rompe, todo cambiará.

Una noche, una partida de leñadores decidió internarse para derribar el Roble Viejo, el árbol más antiguo y sagrado del bosque. Sylas lo supo, y pidió ayuda a Ewan.

—Debes detenerlos. Si ese árbol cae, los espíritus dormirán para siempre, y el bosque morirá.

Ewan, valiente, corrió al pueblo y despertó a su abuelo, el único que aún creía en las viejas historias. Juntos, lograron impedir que los leñadores llegaran al Roble Viejo, recordándoles las consecuencias de romper los antiguos pactos.

Cuando amaneció, Sylas llevó a Ewan al claro una última vez.

—Gracias, amigo mío. Has devuelto el equilibrio.

Como regalo, le entregó una pequeña hoja dorada.

—Cuando tengas miedo o estés perdido, sostén esta hoja. Y Sombraverde te protegerá.

Sylas se despidió, desvaneciéndose en una ráfaga de hojas danzantes.

Años después, Ewan se convirtió en el guardabosques de Riven. Contaba la historia de su amigo el Guardián de las Hojas, y aunque muchos dudaban, cada vez que una tormenta azotaba el valle o una sequía amenazaba la cosecha, Ewan tomaba la hoja dorada… y siempre encontraba el camino para restaurar la armonía.

Porque algunas amistades, aunque nacidas entre ramas y hojas, nunca se marchitan.


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