sábado, 17 de mayo de 2025

Las Horas que No Existen

Las Horas que No Existen

En el centro del antiguo pueblo de Greybridge, se alzaba una torre de reloj que había marcado el tiempo durante más de cuatro siglos. Era una estructura de piedra gris, coronada por una esfera con números romanos y manecillas forjadas en hierro oscuro. Nadie en la aldea recordaba quién la había construido, pero se decía que el reloj jamás se detenía… salvo a las 3:13, una hora que no existía oficialmente en sus engranajes.

La historia contaba que cada noche, a las 3:12, una campanada resonaba, pero nunca sonaba la siguiente. La manecilla se detenía entre dos marcas, y la niebla cubría el pueblo como un velo espeso. Por años, la gente evitó salir a esa hora, y las leyendas hablaban de sombras que vagaban cuando el tiempo se detenía.

Eloise, una joven restauradora de relojes antiguos, llegó al pueblo desde la capital. Había sido contratada para reparar los mecanismos de la torre, que comenzaban a fallar tras siglos de uso. Intrigada por las historias, prometió descubrir la verdad detrás de las Horas que No Existen.

La torre estaba llena de polvo, con escaleras de madera crujiente y paredes cubiertas de marcas extrañas: símbolos antiguos que parecían haber sido tallados mucho antes de la construcción. En el corazón del reloj, encontró una pequeña compuerta oculta tras uno de los engranajes mayores.

Dentro, reposaba un cuaderno de tapas de cuero agrietado, firmado por Arthur Greybridge, el primer relojero de la aldea, datado en 1631. En sus páginas se relataban experimentos con el tiempo, rituales para conservar almas y palabras prohibidas.

Una anotación final decía:

"El tiempo es una corriente, pero puede desviarse. He creado una hora sin nombre para ocultar lo que no debe ser recordado. Quien detenga la manecilla… abrirá la puerta."

Esa noche, Eloise decidió quedarse en la torre. A las 3:12, la campana sonó. El aire se volvió denso, y la manecilla del reloj avanzó… hasta quedarse inmóvil entre el 3 y el 4.

El silencio fue absoluto.

De las sombras emergió una figura encapuchada, su rostro oculto bajo una máscara de hierro oxidado. Eloise retrocedió, pero la figura levantó una mano señalando la esfera del reloj.

—Debes liberarnos —susurró una voz desgastada—. Llevamos siglos atrapados en este segundo perdido.

El cuaderno de Arthur Greybridge había advertido que quien accionara la palanca oculta en el reloj rompería el sello y liberaría a los atrapados entre los minutos.

Eloise, con el corazón golpeándole el pecho, tomó la decisión.

Accionó la palanca.

La manecilla avanzó. Sonó la campanada número trece.

La niebla se disipó. Las sombras desaparecieron como humo, y la figura encapuchada se inclinó en agradecimiento antes de desvanecerse.

Cuando Eloise bajó al pueblo al amanecer, se dio cuenta de que los relojes marcaban una hora distinta. El tiempo había corregido su curso. Desde ese día, las 3:13 existieron oficialmente, y las sombras jamás volvieron.

El nombre de Eloise quedó grabado junto al de Arthur Greybridge en una placa de bronce a los pies de la torre.

Y aún hoy, quienes pasan por Greybridge dicen que a las 3:13, una brisa extraña sopla desde la torre… como un susurro de todas las almas liberadas aquella noche.


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