sábado, 17 de mayo de 2025

La Casa de los Espejos Vacíos

 La Casa de los Espejos Vacíos

En un barrio antiguo, donde las casas parecían conservar el eco de siglos pasados, existía una mansión que nadie osaba habitar. Los vecinos la llamaban La Casa de los Espejos Vacíos. Durante el día parecía una ruina cualquiera, pero al caer la noche, las ventanas reflejaban luces que no provenían de ninguna lámpara, y quienes pasaban cerca afirmaban escuchar voces que repetían su propio nombre.

Sergio, un joven periodista aficionado a los casos paranormales, decidió que investigaría el lugar. Desde pequeño había sentido una extraña fascinación por los sitios abandonados y las historias no contadas. Así que, armado con una linterna, su grabadora y su cámara, se aventuró una noche de luna llena.

La puerta cedió con un quejido antiguo. El interior olía a polvo y madera podrida. Pese a que las paredes estaban cubiertas de grietas y el suelo crujía con cada paso, los espejos permanecían intactos. Eran docenas, de todas las formas y tamaños, colgados en las paredes, apoyados en los rincones o incluso en el techo.

Pero lo más inquietante era que ninguno reflejaba su imagen.

Sergio encendió su linterna, apuntó hacia uno de los espejos y comprobó, horrorizado, que sólo reflejaba la habitación vacía. No había rastro de su figura.

Sacó su grabadora.

—Caso Casa de los Espejos Vacíos. Hora: 23:03 —dijo, tratando de mantener la voz firme.

De repente, un leve golpe resonó a sus espaldas. Se giró, pero no había nada. En ese instante, notó que uno de los espejos comenzaba a empañarse desde dentro, como si alguien respirara del otro lado.

Con mano temblorosa, escribió con el dedo sobre el vaho:

¿Quién eres?

Durante unos segundos, nada ocurrió. Entonces, lentamente, apareció una palabra escrita desde el otro lado:

Tú.

El corazón de Sergio martilleaba en su pecho. Dio un paso atrás, pero al hacerlo, los demás espejos comenzaron a empañarse también, uno tras otro. Voces susurrantes llenaron la estancia.

—Sergio… Sergio… Sergio…

Giró sobre sí mismo, buscando la salida, pero la puerta había desaparecido. Ahora sólo había espejos, infinitos, cubriendo cada centímetro de pared.

En uno de ellos, vio una figura: era él, pero con los ojos vacíos y una sonrisa torcida.

—Es hora de quedarte —susurró su reflejo.

Sergio gritó, pero ningún sonido salió de su boca. Los espejos comenzaron a vibrar, y una fuerza invisible lo arrastró hacia uno de ellos. Sintió frío, oscuridad y una presión insoportable.

Al día siguiente, los vecinos notaron que la casa parecía aún más sombría. Uno de los espejos, el más grande, mostraba la imagen de un joven atrapado tras el cristal, con los ojos desorbitados y la boca abierta en un grito eterno.

Nadie volvió a entrar.

Dicen que, si alguien se atreve a pronunciar su nombre tres veces frente a ese espejo, puede escuchar el débil eco de su voz pidiendo ayuda.

Pero nadie lo ha intentado.

Y en la casa, los espejos siguen vacíos… esperando nuevos rostros.


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