El Reloj de Arena Eterno
En un pueblo rodeado de colinas cubiertas de niebla, existía una vieja tienda de antigüedades llamada El Tiempo Olvidado. Nadie sabía quién la había abierto ni desde cuándo estaba allí, pero la leyenda decía que cada objeto guardaba un secreto, una historia atrapada en su materia.
Sofía, una joven apasionada por los objetos antiguos y las leyendas locales, decidió un día cruzar la puerta de madera carcomida que separaba la tienda del resto del mundo. El interior estaba iluminado apenas por lámparas de aceite y una tenue luz azul que parecía venir de ninguna parte. Relojes detenidos, muñecas de porcelana, plumas de tinta seca y mapas de lugares que no existían adornaban las estanterías polvorientas.
Detrás de un mostrador, una anciana de rostro surcado por arrugas profundas y ojos color violeta observaba a Sofía con una sonrisa apenas dibujada.
—Buscas algo, niña —dijo con voz que parecía un eco de siglos.
Sofía se sintió extrañamente cómoda, como si hubiera estado allí antes.
—Me gustan las cosas antiguas… y las historias —contestó.
La anciana asintió y señaló una repisa alta, donde reposaba un reloj de arena. Su marco era de madera oscura, tallado con símbolos que Sofía no reconoció, y la arena dentro brillaba con una luz propia, como polvo de estrellas.
—Este reloj —explicó la anciana— mide el tiempo de los amores verdaderos. Cada grano es un instante que alguien, en algún lugar, dedica a la persona que ama sin condiciones.
Sofía, fascinada, lo tomó entre sus manos. Al hacerlo, sintió un leve zumbido en el pecho, como si su corazón hubiera cambiado de ritmo. La anciana le dijo que el reloj era suyo, sin cobrarle nada, solo a cambio de una promesa: “Nunca lo uses para buscar el amor, solo para cuidar el que ya tienes.”
Esa noche, Sofía colocó el reloj en su mesita de noche. Lo observó brillar hasta quedarse dormida.
Los días siguientes fueron extraños. Donde antes pasaba desapercibida, las miradas se detenían en ella. Soñaba con un joven de ojos verdes y cabello negro que le hablaba en un idioma antiguo, y al despertar, en su mano siempre encontraba un diminuto grano de arena luminosa.
Finalmente, en una feria del pueblo, lo vio. Era igual al de sus sueños. Cuando sus miradas se cruzaron, ambos sonrieron sin decir palabra. Como si recordaran algo olvidado hace mucho.
Se llamaba Elías. Y él, también, tenía un reloj de arena igual al suyo.
Descubrieron que sus familias habían pertenecido a una antigua orden dedicada a custodiar los Tiempos Eternos, artefactos que medían no los segundos, sino las emociones puras y verdaderas. Los relojes habían sido separados generaciones atrás para proteger un amor prohibido, y ahora, sin saber cómo, Sofía y Elías habían heredado el mismo destino.
Cada noche, las arenas de sus relojes danzaban con más brillo, y en sus sueños, el pasado de sus antepasados les contaba historias de amor, traición y sacrificio.
Y en el pueblo, la vieja tienda de El Tiempo Olvidado desapareció sin dejar rastro.
Pero desde entonces, bajo la luz de ciertas lunas, se dice que dos destellos recorren las colinas cubiertas de niebla, como recordatorio de que hay amores que trascienden incluso el tiempo.
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